Expresiones de rabia y relatos fallidos

18.09.2023 14:04

Por Fausto J. Alfonso

 

37° FIESTA NACIONAL DEL TEATRO - LA RIOJA / CATAMARCA 2023. Sede La Rioja, 18-09. Entre espectáculos muy buenos, buenos, inocuos y malos, la fiesta teatral más importante del país desanda su camino por el valle de Catamarca y la capital riojana. Un renovador formato de doble sede, que veremos si llegó para quedarse o será recordado como una curiosidad. En escena, las técnicas y estéticas se multiplican, aunque lo temático no se aparta de lo políticamente correcto; es decir, de los temas sociales que se presumen prioritarios. Desde esa perspectiva, el margen para la sorpresa se estrecha, más allá de la calidad artística de cada propuesta.

La quinta jornada de la fiesta conllevó en parte el sello de la rabia perruna, como correlato de una bronca humana indisimulable (a veces individual, a veces colectiva). Buscado o no, la grilla de programación puso pegaditos dos espectáculos de aroma similar: Siete perros (Neuquén) y Dudar no está mal. Reflexiones caninas (Tucumán). El primero, un unipersonal semi performático en el que una artista exorciza temores y represiones que se conectan con reclamos sociales; el segundo, una apuesta murguera en la línea de la tradición uruguaya que ironiza sobre la actualidad.

Siete perros, del grupo TransHumans Theatre, es un agotador recorrido (más de dos horas) por siete personajes a los que la actriz Sofy Ávila dota de energías y temperamentos propios y arrolladores. La dramaturgia es de la propia intérprete y se insinúa como una docu-ficción de su propia vida. Una historia que salta de instantánea en instantánea en busca de estabilizar el humor y los afectos. Pero, tal vez porque cada cuadro está asistido desde la dirección por una persona distinta -y más allá de haber una directora general (Agus Dowens)- la propuesta se muestra a la deriva. La calidad de los textos es irregular (excelente el del perro sobreviviendo al desierto y soporífero el del ser que descifra planos) y no hay una fuerza poética que hile el conjunto, lo que inevitablemente lleva al muestrario. Pero la rabia está, con más oscuridad que humor. O en todo caso, con un humor negro, desesperado, suicida.

También la rabia está en la propuesta tucumana de la murga Pa’ladrar Fino. Sin perderle pisada a la crítica, el descontento no deja aquí de mostrarse colorido, vital y humorísticamente ácido. Como toda murga que se precie, su análisis de la realidad es agudo y reivindicador de las ideas y reclamos populares. Las letras picantes (aunque no todas ingeniosas) se cuelan en melodías populares para desnudar las hipocresías sociales y apuntar a malvados varios. En este Dudar no está mal. Reflexiones caninas, la acción y el brillo del vestuario dominan la escena de principio a fin, en rica coherencia estética. Pero, como en el espectáculo anterior, falta el hilván que todo lo atraviese, el motivo que nos devuelva siempre a un lugar. El salto de un tema a otro se vuelve caprichoso y ese zapping funcionaría bien si el espectáculo tuviese formato noticiero. Pero no lo tiene.

Por su parte, Corrientes aportó a la fiesta ¿Y su oficio? Un espectáculo del grupo Pez Dorado, protagonizado por Gerardo Barrientos. La historia gira en torno de la búsqueda de la vocación y el actor apela al humor, la música y las técnicas de clown. Pese a los ingredientes, el resultado es desabrido. Además, la trama, encapsulada entre un depresivo inicio y un final a su altura, se nutre durante un buen tramo de la participación del público para recrear el rodaje de un film. El intérprete deriva en un bizarro Leonardo Favio, en un dudoso “homenaje” acorde con la estudiantina en la que se llega a transformar el espectáculo. Dicho sea de paso, en esta fiesta hay una coincidencia –abusiva- a la hora de integrar al público a los espectáculos y, en general, los resultados no suelen ser buenos.

El grupo Tándem Teatro (CABA) aportó a su vez el espectáculo de títeres Cuando el viento ruge, con dramaturgia y dirección de Juan Manuel Benbassat. El Espacio 73 se llenó de aires patagónicos, para albergar una leyenda donde el amor y el autoritarismo protagonizan una lucha a priori desigual. El atractivo de los muñecos, las texturas de los fondos (y del retablo en general), los colores y diseños de los paisajes, no son, sin embargo, suficientes para acompañar la historia, ya que ésta peca de un tono monocorde y de cierta previsibilidad. Todas las escenas tienen la misma jerarquía y no hay puntos de quiebre que sacudan –en algún sentido- al espectador. Pero mientras, el viento ruge.