El guardián del teatro impreso

24.09.2023 19:45

Por Fausto J. Alfonso

 

37° FIESTA NACIONAL DEL TEATRO - LA RIOJA / CATAMARCA 2023. Sede La Rioja, 22-09. Actor, director y gestor cultural de vastísima trayectoria, Marcelo Di Gennaro, todo un referente del teatro de San Luis (una sala teatral lleva su nombre), es además coleccionista. Esa arista arranca desde lejos en el tiempo, pero se ha ido revelando hacia la comunidad muy de a poco y en los últimos años. Marcelo posee uno de los patrimonios privados más abundantes en materia de libros y revistas teatrales y llegó hasta esta fiesta para exhibirlo y, siempre bien predispuesto, para charlar con quien quisiese.

El océano de papel se expande a lo largo y ancho de diez mesones instalados en el gigantesco salón principal del Centro Cultural Castro Barros, en la capital riojana. No solo se trata de obras teatrales, sino también de textos teóricos, técnicos, históricos y de investigación, los más lejanos de fines del XIX. Previamente, la muestra pasó por Catamarca, la otra sede de la fiesta. Cerca del bunker de Marcelo se encuentra el stand de la editorial del Instituto Nacional del Teatro, razón obvia por la cual la colección del teatrista no incluye ejemplares de aquélla. Ejemplares qué también cuenta en su haber, obvio.

- ¿En qué momento te diste cuenta que eras un coleccionista y no un acumulador de libros? Supongo que uno simplemente empieza juntando material y luego…

- Sí, es cierto. Fui juntando mis primeros libros cuando comencé con mis talleres teatrales en Córdoba. Habré tenido 17 o 18 años. Obviamente, lo primero que compraba era lo que tenía que ver con obras emblemáticas del teatro argentino y universal, que tenía como textos obligatorios de estudio. Me gustaba mucho ir a las librerías y recopilar libros antiguos. Cuando vuelvo a San Luis, en el año ’76, empiezo a tener inconvenientes para conseguir libros porque la única librería que había no tenía bibliografía teatral. Lo mismo yo les pedía. Les costaba conseguirla. Y me acuerdo que, en una oportunidad, cuando viajé a Buenos Aires, fui al INET (Instituto Nacional de Estudios Teatrales) y lo conocí a Osvaldo Calatayud. Me acuerdo que había que dejarle el documento para poder sacar un libreto, fotocopiarlo y devolverlo. Me preguntó de dónde era. De San Luis, le digo. Mandame una carta diciéndome qué material necesitás y yo te lo mando por correo, me dijo Calata. Así quedamos y me fue mandando libretos. Son unos cuarenta que tengo por allá (Marcelo señala una caja repleta en el extremo de uno de los mesones donde se exhiben sus joyas). Los fui encuadernando y la misma gente de los grupos de teatro de San Luis se fue acercando, pedían, fotocopiaban…

- Ya estaba la base para la colección.

- Sí, pero todavía no me daba cuenta. Debe haber sido a principios de los ’80, trabajando en la Universidad Nacional de San Luis, en la Dirección de Personal, cuando cae una señora a la biblioteca a vender una colección de revistas antiguas. La escena teatral, Teatralia y Entre bambalinas…

- Que son de principios del siglo pasado.

- Exactamente. Había fallecido su marido, José Hevia Nosti, un intelectual radicado en el interior de la provincia, en Concarán, que había sido muy amigo de Polo Godoy Rojo, uno de nuestros poetas emblemáticos, junto a Esteban Agüero. Al fallecer Nosti, su viuda fue a hacer el ofrecimiento. En la biblioteca le dijeron que no compraban libros usados, que se la podían recibir como donación. Ella dijo que no, porque era algo muy preciado, que el marido valoraba mucho, etcétera. En la biblioteca le dijeron que en Personal laburaba un chico que hacía teatro, que capaz que le interesaba. Fui a verla a la casa y se la compré. Aproximadamente 400 ejemplares. Por suerte me dio un Ahora 12, muchas facilidades…

- Da la sensación que en esa época se editaba mucho, más bien en formato chico, pero gran cantidad y variedad.

- Había revistas de salida semanal. Se vendían en los kioscos. Me he encontrado con gente que me dice que su abuelo era canillita y le habían quedado algunos ejemplares de esas revistas. A partir de ahí me entusiasmé con ver qué me faltaba, canjeé ejemplares repetidos, me iba a Fray Mocho y me quedaba dos o tres horas leyendo y compraba un libro. Cuando me conocieron, cada vez que volvía a ir me traía dos o tres ejemplares. Y, en una ocasión que Fray Mocho se inundó, me regalaron muchas cosas o me las vendieron a bajo costo. También tengo una colección de libros de un teatrista de San Luis, Luis Rezzano, que falleció durante la pandemia, y su familia me la donó. Fui muchos años compañero de Rezzano. Bueno, y cada vez que iba a Buenos Aires, compraba algo. También en cada encuentro, en cada festival cambiaba material. Ya la gente sabía que yo tenía esa intención. Ahora mismo en Catamarca me han hecho llegar obras de autores locales…

-Hace poco empezaste a exhibir el material, tengo entendido.

-La primera vez que tuve la oportunidad de mostrarlo fue cuando me convocaron a una feria del libro que se hizo en el Teatro Nacional Cervantes. Luego me llamaron para la Feria del Libro de San Luis, donde me dieron un espacio muy chiquito, solo pude montar un mesón. Luego vino la Fiesta Provincial del Teatro y ahí me vio la secretaria general del INT y surgió la posibilidad de traerla a esta fiesta nacional.

- ¿Con cuántos ejemplares contás hoy?

- Alrededor de 1.400.

- Los repetidos, ¿los canjeás, vendés…?

- Los puedo regalar también. Ahora se dio un caso estando en Catamarca. Estuvo Cristina Banegas y me preguntó si no tenía alguna obra de José González Castillo. Sí, le digo. Tengo una de las primeras ediciones de Talía de Los invertidos. Se la mostré, la tomó con un cariño y se emocionó. Le digo: se la regalo. Me lo quería comprar, pero yo tengo otro ejemplar. Y ella me cuenta que había protagonizado esa obra, dirigida por Alberto Ure. También me contó que con Alejandra Boero –que también fue maestra mía- trabajó en la obra Juan Palmieri, de Taco Larreta. Y yo le cuento que la hice, la dirigí en San Luis y aquí tengo el libreto (que Marcelo extrae de aquella caja que supo surtir bien el viejo y querido Calatayud).

- ¿Qué ejemplares raros tenés?

- (Mientras va recorriendo y señalando por los mesones) Los libreros me dicen que para considerar un libro raro cuenta mucho la antigüedad, que sea única edición y que tenga la firma del autor, entre otras cosas. Por ejemplo, esta Electra es de 1901, edición de Argentina, de Hermenegildo Torres. Esta La vida es sueño es de 1911. Este Hamlet de 1921. Estas revistas de principio del siglo pasado tienen en la portada los elencos, la foto del autor, de las actrices, y en la contratapa las publicidades de la época: Geniol, El Palacio del Peinado, Untisal, Están en las tapas las intérpretes más representativas de la de edad de oro del teatro nacional. Que por ahí los más chicos no las conocen ni por la imagen ni por los nombres. Ahí tenés a Lola Membrives, Margarita Xirgu, Olinda Bozán, Eva Franco, Angelina Pagano, Paulina Singerman, Blanca Podestá… Una vez me sucedió una cosa en San Luis con una secretaria de Cultura, a la que los grupos independientes siempre le íbamos a pedir contrataciones de funciones. Un día me dice que si le conseguía una obra que buscaba desde hacía muchísimo tiempo me contrataba para una función. Era muy difícil de conseguir: El puñal de los troveros, de Belisario Roldán. Se la conseguí, pero se la fotocopié, porque si le regalaba el original me tenía que contratar por diez funciones.

- La mayor parte de lo que está acá no existe digitalizado.

- En una ocasión le ofrecí a la Universidad de San Luis donarle todo con la condición de que lo digitalizara. Me dijeron que no, que era muy caro, que llevaba mucho tiempo. En una oportunidad doné parte de la colección a la Biblioteca Popular Juan Crisóstomo Lafinur, que dependía de la Asociación de Empleados del Banco de la Provincia. Ésta tenía una hermosa sala que nosotros ocupamos con los grupos de teatro independiente durante 15 años más o menos. Como retribución yo hice la donación. Cuando privatizaron el banco, la asociación no tuvo cómo seguir manteniendo la sala y la vendieron y todo el material de la biblioteca lo llevaron a un campus deportivo y lo arrumbaron en un galpón. Así que pedí que me devolvieron la colección porque yo lo había hecho con la intención de que la biblioteca me fuera a sobrevivir. La cosa es que después fui juntado más cosas y ya no paré. Y sigo.

- ¿Otras rarezas?

- (Mientras va guiando, una vez más) Estas revistas quincenales de Argentores de 1940. Cuando hice la muestra en el Cervantes, la propia gente de Argentores se asombró. No las tenían ni ellos. No las conocían. Esta edición de La niña boba, de Lope de Vega, de 1934. Estos ejemplares del Centro Editor de América Latina, de ediciones que fueron quemadas casi por completo durante la época del proceso. Esta edición de Más allá de las islas flotantes, de Barba. Este ejemplar de Nuestro Nuevo Teatro, de los ’60, sobre el grupo que fundó Alejandra Boero. Lo encontré en una librería rarísima por la calle Pueyrredón, en Once. Una librería que no tenía nada de teatro, pero hurgando…

- ¿Tenés algún otro ofrecimiento para exhibir la colección?

- La gente de Tucumán me ha dicho ahora que le interesa. Pero es muy difícil, sin el apoyo de alguna institución… Me cuesta incluso moverla en San Luis, trasladar todo… Además, nunca la he podido mostrar completa. Y me da no sé qué tenerla guardada…